lunes, 23 de febrero de 2009

"MICROCOSMOS"

Microcosmos VI

Rodrigo Soto

Cuando escuchamos el mensaje por la radio no pudimos creerlo. Decía que María Teresa Porras había muerto. Decía que confortada con los Santos Sacramentos y que sus funerales se oficiarían al día siguiente.Nosotros nos organizamos tan rápido como nos fue posible: decidimos que Alberto iría a la provincia para consolar a Miguel, que con ésta era la segunda vez que enviudaba, y decidimos que a mí me correspondería decirle lo que había sucedido a la madre de Teresa.Fui esa misma tarde a la casita vieja y, como pude, le hice saber que su hija había muerto. A la anciana le tembló la quijada, se le desencajó el rostro y cayó de bruces. La llevé al hospital en un taxi que sonaba su bocina para que los autos nos abrieran paso, mientras la anciana, sobre mis regazos, gemía y retorcía su cuerpo.Cuando los médicos la estaban atendiendo decidí llamar a la casa para enterarme de las novedades, y entonces fue cuando me dijeron que no, que era broma, que hoy era el cumpleaños de Teresa y que habían decidido jugarnos esa broma porque lo habíamos olvidado. Y voy a protestar, estoy cansado de que me elijan siempre para estas cosas. No seré yo quien le diga a Teresa que su madre acaba de morir. No seré yo. No y no.

CUENTO DE: "ENANO"

"Me llamo Hernán. Soy enano. Estoy acostado en la cama de mi cuarto. El cuarto (en verdad es una bohardilla alquilada a la dueña de casa), es mi casa. Muevo la vista, los ojos, miro a la mesa de luz cuadrada chata, amarronada, oscura, con los diarios encima; miro el cielorraso, con el mismo revoque blanco y las mismas manchas húmedas. Vuelvo a mover mis ojos, la vista, y a ver las cuadradas paredes, con dos ventanas que dan a la calle, a través de las cuales veo el mismo techo gris pizarra de la casa que está frente a la mía (perdón, de la dueña de casa). Pero nada de eso me importa ya. En unos pocos días más, me caso. Tengo con mi novia (la que va a ser mi mujer), amueblada, la nueva casa. Compré muebles 'Provenzal Francés'. No me gustan los americanos modernos. Está en un barrio residencial. Si se quiere, y a pocas cuadras del mar. Problemas económicos no vamos a tener. No. Tengo un quiosco de ventas de cigarrillos, revistas, bueno, todo eso; y además llevo quinielas y vendo lotería. No, problemas economicos no vamas a tener. Ya sé lo que están pensando. No. No es eso. Tengo, tenemos buenos amigos. Diría yo muy buenos amigos. Lo que me preocupa (me aterroriza) es otra cosa (cuando 'veo' que vamos a entrar a la capilla y después para toda la vida). Es que mi novia es alta. No muy alta. Pero es alta; casi normal. Y yo soy enano".

"Mi nombre es Elena (María Elena). Ahora, es casi de noche y coso. Soy costurera. Durante ocho horas trabajo en una fábrica. Y al volver a casa, trabajo en una cosedora que compré con mis ahorros, unas horas más. No no siempre fue así. No se puede trabajar todo el día. No hay quien lo pueda soportar. Lo hago ahora por una cosa que vale la pena: me voy a casar. Cualquier trabajo, por más duro que sea (estoy trabajando catorce horas diarias), vale con tal de salir de aquí, de este cuarto donde vivo desde hace once años. Once años en un cuarto, un altillo (con un jarrón y una sola rosa roja). Viendo un día tras otro las mismas tejas de la casa de enfrente, ante mí. Sola, no, por favor...no crean que me caso sólo por eso. Y por no ver más a la dueña de casa. No. Me caso porque pienso...Pienso que estoy enamorada de él. Lo quiero. Vamos a tener una casa amueblada. A trabajar como Dios manda. A pasear los sábados por la tarde y los domingos, y vamos...no...a tener hijos, no sé...Pero eso no importa. Ya se verá. Lo que me preocupa (me aterrea a ratos: cuando 'veo' la entrada en la Capilla, él alto de traje negro y yo pequeñita, de vestido blanco y todos los años por venir después); es que él es alto. Alto: normal. Y yo, yo soy enana.

¿Cuál modifica el sentido inicial del cuento?
El cuento de enano.

jueves, 19 de febrero de 2009

CUENTO: "LA MIGALA"

La migala[Cuento. Texto completo]
Juan José Areola
La migala discurre libremente por la casa, pero mi capacidad de horror no disminuye.
El día en que Beatriz y yo entramos en aquella barraca inmunda de la feria callejera, me di cuenta de que la repulsiva alimaña era lo más atroz que podía depararme el destino. Peor que el desprecio y la conmiseración brillando de pronto en una clara mirada.
Unos días más tarde volví para comprar la migala, y el sorprendido saltimbanqui me dio algunos informes acerca de sus costumbres y su alimentación extraña. Entonces comprendí que tenía en las manos, de una vez por todas, la amenaza total, la máxima dosis de terror que mi espíritu podía soportar. Recuerdo mi paso tembloroso, vacilante, cuando de regreso a la casa sentía el peso leve y denso de la araña, ese peso del cual podía descontar, con seguridad, el de la caja de madera en que la llevaba, como si fueran dos pesos totalmente diferentes: el de la madera inocente y el del impuro y ponzoñoso animal que tiraba de mí como un lastre definitivo. Dentro de aquella caja iba el infierno personal que instalaría en mi casa para destruir, para anular al otro, el descomunal infierno de los hombres.
La noche memorable en que solté a la migala en mi departamento y la vi. correr como un cangrejo y ocultarse bajo un mueble, ha sido el principio de una vida indescriptible. Desde entonces, cada uno de los instantes de que dispongo ha sido recorrido por los pasos de la araña, que llena la casa con su presencia invisible.
Todas las noches tiemblo en espera de la picadura mortal. Muchas veces despierto con el cuerpo helado, tenso, inmóvil, porque el sueño ha creado para mí, con precisión, el paso cosquilleante de la aralia sobre mi piel, su peso indefinible, su consistencia de entraña. Sin embargo, siempre amanece. Estoy vivo y mi alma inútilmente se apresta y se perfecciona.
Hay días en que pienso que la migala ha desaparecido, que se ha extraviado o que ha muerto. Pero no hago nada para comprobarlo. Dejo siempre que el azar me vuelva a poner frente a ella, al salir del baño, o mientras me desvisto para echarme en la cama. A veces el silencio de la noche me trae el eco de sus pasos, que he aprendido a oír, aunque sé que son imperceptibles.
Muchos días encuentro intacto el alimento que he dejado la víspera. Cuando desaparece, no sé si lo ha devorado la migala o algún otro inocente huésped de la casa. He llegado a pensar también que acaso estoy siendo víctima de una superchería y que me hallo a merced de una falsa migala. Tal vez el saltimbanqui me ha engañado, haciéndome pagar un alto precio por un inofensivo y repugnante escarabajo.
Pero en realidad esto no tiene importancia, porque yo he consagrado a la migala con la certeza de mi muerte aplazada. En las horas más agudas del insomnio, cuando me pierdo en conjeturas y nada me tranquiliza, suele visitarme la migala. Se pasea embrolladamente por el cuarto y trata de subir con torpeza a las paredes. Se detiene, levanta su cabeza y mueve los palpos. Parece husmear, agitada, un invisible compañero.
Entonces, estremecido en mi soledad, acorralado por el pequeño monstruo, recuerdo que en otro tiempo yo soñaba en Beatriz y en su compañía imposible.
FIN


¿Qué relación tiene la descripción de la casa del protagonista de “ con sus la migala” con sus sentimientos? no

CUENTO: DE "PUNTO FINAL"

Cristina Peri Rossi (Escritora uruguaya)
PUNTO FINAL

Cuando nos conocimos, ella me dijo: “Te doy el punto final. Es un punto muy valioso, no lo pierdas. Consérvalo, para usarlo en el momento oportuno. Es lo mejor que puedo darte y lo hago porque me mereces confianza. Espero que no me defraudes.” Durante mucho tiempo, tuve el punto final en el bolsillo. Mezclado con las monedas, las briznas de tabaco y los fósforos, se ensuciaban un poco; además, éramos tan felices que pensé que nunca habría de usarlo. Entonces compré un estuche seguro y allí lo guardé. Los días transcurrían venturosos, al abrigo de la desilusión y del tedio. Por la mañana nos despertábamos alegres, dichosos de estar juntos; cada jornada se abría como un vasto mundo desconocido, lleno de sorpresas a descubrir. Las cosas familiares dejaron de serlo, recobraron la perdida frescura, y otras, como los parques y los lagos, se volvieron acogedoras, maternales. Recorríamos las calles observando cosas que los demás no veían y los aromas, los colores, las luces, el tiempo y el espacio eran más intensos. Nuestra percepción se había agudizado, como bajo los efectos de una poderosa droga. Pero no estábamos ebrios, sino sutiles y serenos, dotados de una rara capacidad para armonizar con el mundo. Teníamos con nuestros sentidos una singular melodía que respetaba el orden del exterior, sin sujetarse a él.
Con la felicidad, olvidé el estuche, o lo perdí, inadvertidamente. No puedo saberlo. Ahora que la dicha terminó, no encuentro el punto final por ningún lado. Esto crea conflictos y rencores suplementarios. “¿Dónde lo guardaste? – me pregunta ella, indignada -. ¿Qué esperas para usarlo? No demores más, de lo contrario, todo lo anterior perderá belleza y sentido.” Busco en los armarios, en los abrigos, en los cajones, en el forro de los sillones, debajo de la mesa y de la cama. Pero el punto no está; tampoco el estuche. Mi búsqueda se ha vuelto tensa, obsesiva. Es posible que lo haya extraviado en alguno de nuestros momentos felices. No está en la sala, ni en el dormitorio, ni en la chimenea. ¿El gato se lo habrá comido?
Su ausencia aumenta nuestra desdicha de manera dolorosa. En tanto el punto no aparezca, estamos encadenados el uno al otro, y esos eslabones están hechos de rencor, apatía vergüenza y odio. Debemos conformarnos con seguir así, desechando la posibilidad de una nueva vida. Nuestras noches son penosas, compartiendo la misma habitación, donde el resquemor tiene la estatura de una pared y asfixia, como un vapor malsano. Tiñe los muebles, los armarios, los libros dispersos por el suelo. Discutimos por cualquier cosa, aunque los dos sabemos que, en el fondo, se trata de la desaparición del punto, del cual ella me responsabiliza. Creo que a veces sospecha que en realidad lo tengo, escondido, para vengarme de ella. “No debí confiar en ti – se reprocha -. Debí imaginar que me traicionarías.”
Era un estuche de plata, largo, de los que antiguamente se usaban para guardar rapé. Lo compré en un mercado de artículos viejos. Me pareció el lugar más adecuado para guardarlo. El punto estaba allí, redondo, minúsculo, bien acomodado. Pero pasaron tantos años. Es posible que se extraviara durante una mudanza, o quizás alguien lo robó, pensando que era valioso.
Luego de buscarlo en vano casi todo el día, me voy de casa, para no encontrar su mirada de reproche, su voz de odio. Toda nuestra felicidad anterior ha desaparecido, y sería inútil pensar que volverá. Pero tampoco podemos separarnos. Ese punto huidizo nos liga, nos ata, nos llena de rencor y de fastidio, va devorando uno a uno los días anteriores, los que fueron hermosos.
Sólo espero que en algún momento aparezca, por azar, extraviado en un bolsillo, confundido con los otros objetos. Entonces será un gordo, enlutado, sucio y polvoriento punto final, a destiempo, como el que colocan los escritores noveles.
¿Alguna vez han sentido la necesidad de poner “punto final” a una etapa de sus vidas?
R- SI

¿Fue difícil dejar atrás el pasado?
R: SI

cuento de "el eclipse"

EL ECLIPSE

Augusto Monterroso


Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el celo religioso de su labor redentora.
Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.
Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida.
-Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado), mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.

cuento: hermano lobo

HERMANO LOBO


Cuando San Francisco vivía en la ciudad de Gubbio, apareció por los alrededores un lobo grandísimo, terrible y feroz.El lobo no sólo devoraba las ovejas que los pastores llevaban a pacer, sino que a menudo atacaba a los hombres.Los habitantes de Gubbio temblaban de miedo, sobre todo cuando el lobo merodeaba por las murallas de la ciudad.Cuando la gente salía fuera de las murallas, iba armada con palos y horcas corno para pelear en la guerra. Y sin embargo, si uno se encontraba solo frente a aquella terrible fiera, era incapaz de defenderse y el lobo le devoraba.Nadie se atrevía ya a salir de la ciudad y ni siquiera de casa.San Francisco, compadecido de aquella pobre gente, decide salir al encuentro del lobo. Los ciudadanos se lo desaconsejan:-¡Por Dios! ¡No vayas! ¡
¡El lobo te devorará!Pero San Francisco toma consigo algunos compañeros y, haciendo el signo de la cruz, sale fuera de las murallas confiando en Dios.Después de un trocito de camino los compañeros le abandonan porque tienen miedo de ir más adelante. San Francisco, por el contrario, sigue caminando hacia el lugar donde solía estar escondido el ferocísimo lobo.Los habitantes de Gubbio se suben a las murallas para ver cómo iba a terminar aquello. Y decían entre ellos:-El lobo devorará seguramente a nuestro San Francisco.El lobo, percibiendo todo aquel jaleo, sale de su guarida rechinando los dientes. Está tan furioso que deja caer espumarajos de la boca.Echa a correr hacia San Francisco. Tiene los ojos encendidos de rabia.San Francisco no está armado. No tiene ni siquiera un palo. Lleva los brazos cruzados sobre el pecho.El lobo se para delante de San Francisco. El santo levanta mano y hace la señal de la cruz en dirección al lobo, y luego le dice con voz decidida: -¡Ven aquí, hermano lobo! Te ordeno que no hagas daño ya, ni a mí ni a ninguna otra persona.San Francisco mira al lobo en los ojos. El lobo entonces cierra la boca, mete el rabo entre las patas y se acerca cabizbajo a San Francisco.Y cuando llega a los pies del santo, se acocha como un perrito. San Francisco le habla así:-Hermano lobo, has hecho mucho daño. Has matado a muchas criaturas de Dios sin su permiso. Has devorado a las bestias y hasta has tenido el atrevimiento de matar a hombres y niños. Por esta tu maldad merecerías que te ahorcasen como a un asesino. La gente de esta ciudad murmura y grita contra ti, y en este territorio todos te son enemigos. Pero yo quiero, hermano lobo, hacer la paz entre ti y los habitantes de Gubbio. Si tú no vuelves a ofenderles, ellos te perdonarán tus pasadas fecharías.Los ciudadanos, desde lo alto de las murallas, oyen las palabras de San Francisco y todos se quedan boquiabiertos de estupor.El lobo, a las palabras del santo, mueve el rabo, agacha las orejas e inclina la cabeza, como para dar a entender que acepta lo que el santo ha dicho.San Francisco continúa:-Hermano lobo, yo te mando que vengas ahora mismo conmigo, sin dudarlo. Tenemos que firmar esta paz entre ti y el pueblo de Gubbio.San Francisco da media vuelta y se encamina hacia la ciudad. El lobo le sigue detrás como un perrito domesticado.A todos se les escapa un «¡Oh!» de maravilla.En seguida la noticia de la conversación del lobo se esparce por la ciudad. Los que habían permanecido escondidos en casa salen fuera, y todos se reúnen en la plaza. Hacen corro alrededor de San Francisco y del lobo. Los niños están en primera fila, curiosos de ver desde cerca aquel lobo grandísimo, terrible y feroz.San Francisco dice dirigiéndose a la gente: -Oíd, hermanos míos. El hermano lobo que está aquí delante de vosotros me ha prometido hacer la paz con todos; pero vosotros debéis prometerle que le vais a dar cada día el alimento necesario para quitarle el hambre. Yo os garantizo que el hermano lobo mantendrá la promesa de no volver a molestaros.El pueblo aplaude y acepta las condiciones del pacto.San Francisco se dirige al lobo, que durante todo el tiempo ha permanecido de pie y con la cabeza gacha:-Y tú, hermano lobo, ¿Prometes solemnemente observar el pacto de paz? ¿Prometes que ya no volverás a molestar ni a los hombres ni a los animales ni a ninguna otra criatura viviente?El lobo entonces dobla las patas delanteras, se arrodilla, inclina repetidamente la cabeza, mueve el rabo y agacha las orejas. Con todos estos gestos quiere demostrar, en lo posible, que observará el pacto.San Francisco añade:-Hermano lobo, quiero que me prometas mantenerte fe a estas condiciones aquí ante todo el pueblo.Entonces el lobo, de pie, levanta la pata delantera derecha y la pone en la mano del santo. San Francisco estrecha fuertemente la pata del lobo. Toda la gente aplaude. Los niños se acercan al lobo y empiezan a acariciarlo. El lobo ¡ame la mano de los niños!, exactamente como un perrito domesticado.Algún chiquillo, más valiente, monta sobre el lomo del lobo.Desde aquel día el lobo vivió dentro de la ciudad de Gubbio. Entraba en las casas. Iba de puerta en puerta. Jugaba gustosamente con los niños. Nadie le molestaba y él no hacía mal a nadie. No se rabiaba ni siquiera cuando los niños, jugando, le tiraban del rabo. Ni siquiera los perros le ladraban.Los habitantes de Gubbio, de acuerdo con lo prometido, se preocupaba a porfía, de darle de comer todos los días.Pasados algunos años, el hermano lobo murió de viejo. Una mañana le encontraron tendido ante la puerta de la ciudad.Cuando se esparció la noticia de la muerte del lobo, todos se entristecieron porque se habían acostumbrado a querer al lobo.Muchos lloraron. Sobre todo los niños. San Francisco de Asís.

cuento: la tejedora

La tejedora
Autor.MARINA COLASANTI

Se despertaba cuando todavía estaba oscuro, como si pudiera oír al sol llegando por detrás de los márgenes de la noche. Luego, se sentaba al telar.
Comenzaba el día con una hebra clara. Era un trazo delicado del color de la luz que iba pasando entre los hilos extendidos, mientras afuera la claridad de la mañana dibujaba el horizonte.
Después, lanas más vivaces, lanas calientes iban tejiendo hora tras hora un largo tapiz que no acababa nunca.
Si el sol era demasiado fuerte y los pétalos se desvanecían en el jardín, la joven mujer ponía en la lanzadera gruesos hilos grisáceos del algodón más peludo. De la penumbra que traían las nubes, elegía rápidamente un hilo de plata que bordaba sobre el tejido con gruesos puntos. Entonces, la lluvia suave llegaba hasta la ventana a saludarla.
Pero si durante muchos días el viento y el frío peleaban con las hojas y espantaban los pájaros, bastaba con que la joven tejiera con sus bellos hilos dorados para que el sol volviera a apaciguar a la naturaleza.
De esa manera, la muchacha pasaba sus días cruzando la lanzadera de un lado para el otro y llevando los grandes peines del telar para adelante y para atrás.
No le faltaba nada. Cuando tenía hambre, tejía un lindo pescado poniendo especial cuidado en las escamas. Y rápidamente el pescado estaba en la mesa esperando que lo comiese. Si tenía sed, entremezclaba en el tapiz una lana suave del color de la leche. Por la noche dormía tranquila después de pasar su hilo de oscuridad.
Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer.
Pero tejiendo y tejiendo ella misma trajo el tiempo en que se sintió sola. Y por primera vez pensó que sería bueno tener al Iado un marido.
No esperó al día siguiente. Con el antojo de quien intenta hacer algo nuevo, comenzó a entremezclar en el tapiz las lanas y los colores que le darían compañía. Poco a poco, su deseo fue apareciendo. Sombrero con plumas, rostro barbado, cuerpo armonioso, zapatos lustrados. Estaba justamente a punto de tramar el último hilo de la punta de los zapatos cuando llamaron a la puerta.
Ni siquiera fue preciso que abriera. El joven puso la mano en el picaporte, se quitó el sombrero y fue entrando en su vida.
Aquella noche, recostada sobre su hombro, pensó en los lindos hijos que tendría para que su felicidad fuera aún mayor y fue feliz por algún tiempo. Pero si el hombre había pensado en hijos, pronto lo olvidó. Una vez que descubrió el poder del telar, sólo pensó en todas las cosas que éste podía darle.
—Necesitamos una casa mejor— le dijo a su mujer. Y a ella le pareció justo, porque ahora eran dos. Le exigió que escogiera las más bellas lanas color ladrillo, hilos verdes para las puertas y las ventanas, y prisa para que la casa estuviera lista lo antes posible.
Pero una vez que la casa estuvo terminada, no le pareció suficiente.
—¿Por qué tener una casa si podemos tener un palacio? —preguntó. Sin esperar respuesta, ordenó inmediatamente que fuera de piedra con terminaciones de plata.
Días y días, semanas y meses trabajó la joven tejiendo techos y puertas, patios y escaleras y salones y pozos. Afuera caía la nieve, pero ella no tenía tiempo para llamar al sol. Cuando llegaba la noche, ella no tenía tiempo para rematar el día. Tejía y entristecía, mientras los peines batían sin parar al ritmo de la lanzadera.
Finalmente el palacio quedó listo. Y entre tantos ambientes, el marido escogió para ella y su telar el cuarto más alto, en la torre más alta.
—Es para que nadie sepa lo del tapiz —dijo. Y antes de poner llave a la puerta le advirtió: —Faltan los establos. ¡Y no olvides los caballos!
La mujer tejía sin descanso los caprichos de su marido, llenando el palacio de lujos, los cofres de monedas, las salas de criados. Tejer era todo lo que hacía. Tejer era todo lo que quería hacer y tejiendo y tejiendo, ella misma trajo el tiempo en que su tristeza le pareció más grande que el palacio, con riquezas y todo. Y por primera vez pensó que sería bueno estar sola nuevamente.
Sólo esperó a que llegara el anochecer. Se levantó mientras su marido dormía soñando con nuevas exigencias. Descalza, para no hacer ruido, subió la larga escalera de la torre y se sentó al telar.
Esta vez no necesitó elegir ningún hilo. Tomó la lanzadera del revés y. pasando velozmente de un lado para otro comenzó a destejer su tela. Destejió los caballos, los carruajes, los establos, los jardines. Luego destejió a los criados y al palacio con todas las maravillas que contenía. Y nuevamente se vio en su pequeña casa y sonrió mirando el jardín a través de la ventana.
La noche estaba terminando cuando el marido se despertó extrañado por la dureza de la cama. Espantado miró a su alrededor. No tuvo tiempo de levantarse. Ella ya había comenzado a deshacer el oscuro dibujo de sus zapatos y él vio desaparecer sus pies esfumarse sus piernas. Rápidamente la nada subió por el cuerpo. Tomó el pecho armonioso, el sombrero con plumas.
Entonces como si hubiese percibido la llegada del sol, la muchacha eligió una hebra clara. Y fue pasándola lentamente entre los hilos como un delicado trazo de luz que la mañana repitió en la línea del horizonte.

Si tuvieran la cualidad de la tejedora, ¿que tapiz tejerían ustedes y por que?
Yo tejería un tapiz de un campo, por que me gusta mucho la naturaleza.

jueves, 5 de febrero de 2009

PEQUEÑO MIO

PEQUEÑO MIÓ

Autor: TRIUNFO ARCINIEGAS

Al afeitarse esa mañana descubrió que tenía cara de gato: se erizo. La espantosa imagen lo persiguió durante el día, en cada pausa del trabajo: los ojos claros de dilatadas pupilas, los bigotes enhiestos, las orejas puntiagudas y su grito, su propio grito, que le describió un par de pequeños y finos colmillos en la noche, sobre el cuerpo jadeante de la mujer maulló: tuvo sueños horribles con ratas y perros y otras bestias. Al despertar se deslizo entre las sabanas lamió los tobillos blancos y dulces, y luego perezoso, mientras los dedos de sangrientas uñas le recorrían el lomo, bebió la leche que la mujer le trajo en el platito.

¿Qué metamorfosis vive el personaje de “pequeño mió”?
R: se convierte en gato

¿Les gustaría cambiar alguno de sus rasgos físicos o algo en su manera de ser?
R: si, cambiar mi forma de ser por que a veces me enojo muy rápido.

Si pudieran vivir una metamorfosis fantástica ¿en que objeto o animal les justaría transformarse?
R: en águila.